Seguramente todos conocéis al escritor portugués ganador de un premio Nobel José Saramago. Hace tiempo vi una entrevista que le realizó Juan Ramón Lucas en su programa “Noches como esta” y me llamó la atención una historia que contó acerca de su abuelo que fácilmente podría haber salido de la imaginación del escritor. Sin embargo, es una historia verdadera.
Cuando su abuelo… esto a mi me parece una imagen literaria esplendida, no sé si es verdad, pero cuentan las crónicas que cuando su abuelo supo que iba a morir, se despidió de los árboles de su finca abrazándolos uno a uno.
- De su pequeño huerto
De su pequeño huerto pero es cierto.
- Si, es cierto
¿Qué o quién abrazará usted cuando llegue el momento, si es que ha pensado en ello alguna vez?
- Mire… yo… Hay que saber donde uno va a morir, si me muero en Lanzarote, tengo, nosotros tenemos un jardín donde hay unos cuantos árboles pero yo no me veo levantándome de la cama, suponiendo que estoy en las últimas, levantarme para ir y repetir lo que ha hecho mi abuelo, porque repetirlo sería insultar su memoria. Lo que él ha hecho… era un hombre analfabeto, que vivió toda su vida siendo pastor de los cerdos que tenía, que vendía, que compraba… de las marranas… que en ese momento, cuando lo íbamos a llevar en el coche, en un coche a la estación de tren, le pasa esa idea de dirigirse al huerto, y abrazar a los árboles, porque se veía que no volvería, y además abrazarlos llorando.
A mí me parece delicioso.
- Esto no se repite, y esto si yo tuviera un blasón, pues tendría… mandaría poner en ese blasón un hombre abrazado a un tronco de un árbol, porque es de tal forma, puede pensar que ha salido de una imaginación literaria extraordinaria para inventar algo como esto.
Es verdad
- Pues no es cierto, ocurrió, ocurrió, y a mi realmente me da una especie de oscuridad profunda… como si yo hubiera hecho eso, que hombre podría a ver sido, esto se puede preguntar, y quizás yo haya hecho de alguna forma lo que podría ser suyo, que el premio Nobel no fuera mío, que fuera de él, ¿por qué no? Si la vida hubiera sido diferente, distinta, el novelista sería él, e iría a Estocolmo a recoger el premio, y yo ahora tendría tanto orgullo en ser el nieto de un premio Nobel como el que tengo de ser el hombre que cuando iba a morir se despidió de sus árboles llorando.
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